Jajaja, maldita sea la semana santa y sus dulces. Ayer vinieron mis tres sobrinos -los de mi novio, míos también ahora porque me llaman tita *-* -, mis cuñados y mi suegra, esta última cargada con roscos y pestiños hechos por ella. Nunca había probado los roscos y maldita la hora en que lo hice. Menos mal que los pestiños no me gustan, porque hay una caja entera que me parece que ahí se va a quedar jajaja. Y nada, aparte estuve tomando con ellos batidos, comimos galletas y helados... Creía que me moría, esos niños son pozos infinitos de comida, ¡no se puede comer tanto! Jajaja. Qué gracia, yo soy mucho de niños, y más estos que son muy cariñosos y sociables. *alerta: instinto maternal*
Esta semana he tenido un poco de dilema a la hora de poner el peso oficial, por un motivo muy sencillo y es que no sabía qué poner. Sí, como habéis leído. ¿Loca yo? Mirad: el jueves pesaba 77,7 kg., algo que no era real -lamentablemente- después de que el miércoles lo hubiese devuelto todo gracias a la medicación maldita de la que hablé en la entrada anterior. La médico me dijo que suspendiera el tratamiento inmediatamente y que los efectos se me iban a ir en unos días. Me dice: "igual notas retención de líquidos por culpa de la cortisona, es normal..."
"Maldita seas", pensé.
E hice bien en pensarlo, sí, porque el viernes estaba en 79,5 kg [!!] Me sentía hinchadísima, qué horror. Era otro peso irreal, evidentemente, pero no os puedo negar que volver a ver esa cifra me dio una rabia de esas de tirar la báscula por la ventana sin miramientos. El sábado, todavía en fase de negación, lo volví a intentar: 78,1kg. *alivio*, algo mucho más razonable y normal, por lo que éste fue mi peso de la semana.
Así que: trescientos gramos menos, ¡viva!
Y hasta ahí mi calvario de cifras con final feliz, ¿veis cómo una no se puede fiar de los números?
Que disfrutéis del domingo de ramos, que como decían en mi pueblo,
el que no estrena, se le caen las manos.
Besos.
Noa.